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EN LA INTIMIDAD CON DIOS



Un tiempo y lugar regulares para tu encuentro con Dios

En la Universidad donde estudiaba, en los EE.UU., había un lugar apartado, desde donde se veía un río que corría muy por debajo de ese lugar. A lo lejos, la ciudad, mostrando su belleza pero no sus ruidos ni decadencias. Un lugar rodeado de árboles, plantas, ardillas, pajaritos de los más variados colores y cantos. Una pérgola. Una mesa. Un asiento. Y, especialmente, el más profundo silencio. Sólo se podía escuchar el suave silbo del viento entre las hojas. Muchas veces pasaba mis tardes en ese lugar. Muchas veces estudiando para un examen. Muchas veces leyendo algún libro para mis estudios. Muchas veces orando y estando a solas con Dios. Para hablar con él y escuchar su voz.
¿Cuánto tiempo ha pasado, hermano, desde que le diste una porción de tu tiempo, sin diluir y sin interrupciones, a Dios, para escuchar su voz?

Selecciona un tiempo y un lugar y sepáralo para Dios. No es obligatorio que sea algún momento especial del día. Para muchos será a la mañana muy temprano. Para otros será a la noche, después de un día atareado. Para otros será otro momento. Busca la hora y el lugar apropiado y RESÉRVALO PARA EL SEÑOR. Pasa todo el tiempo que quieras. Dale más importancia a la calidad que a la cantidad. Tu tiempo con Dios debe durar lo suficiente como para que puedas decir lo que quieras decir y que Dios te diga lo que te quiera decir.

Esto nos lleva al segundo recurso. Tiempo con la Palabra.

Dios nos habla por medio de la Palabra. El primer paso al leer la Biblia es pedirle a Dios que nos ilumine para comprenderla cabal y personalmente.
Antes de leer la Biblia, ora. No te acerques a las Escrituras buscando tus propias ideas o para comprobar tus propias teorías, busca las de Dios. Lee la Biblia con oración. También léela con cuidado. Ora, leyendo la Biblia. Muchas veces los salmos pueden ayudarnos en nuestra alabanza y adoración personal.

Salmos 1.1-2 dice: «Bienaventurado el varón… que en la ley de Jehová está su delicia y en su Ley medita de día y de noche».
No es simple lectura de la Biblia, es deleitarse en ella.

Proverbios 2.4-5 dice: «Si la buscas como si fuera plata y la examinas como a un tesoro, entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el conocimiento de Dios.»
No es necesario que leas diez capítulos cada vez. Es más importante que hagas lo del varón bienaventurado del Salmo 1: «Medita en lo que lees. Aunque sea poca lectura. Emplea mucho tiempo en la meditación de la Palabra de Dios».

Atesora cada idea, cada concepto, cada mandamiento, cada enseñanza. Guárdalos en tu corazón. Anótalos en algún cuaderno y vuelve a repasarlos en los días siguientes. Asegúrate de que quedarán en tu corazón. Reflexiona varias veces sobre ellos.

Billy Graham dijo de su suegro:
«Nunca fue un hombre de letras, pero tenía la costumbre de comenzar su día muy temprano y en oración y lectura profunda de la Palabra de Dios. Cuando murió, después de una larga vida, Dios lo había convertido en una biblioteca bíblica ambulante. Sus palabras derramaban sabiduría.»

Cuando nos comunicamos con Dios a través de la oración y de la lectura de la Biblia, es imprescindible que tengamos un corazón que escucha.
Si quieres ser como Jesús, deja que Dios se apodere de ti. Pasa tiempo escuchándolo hasta que recibas su lección para el día. Luego, aplícala.
C.S. Lewis decía:

«El momento en que se levanta cada mañana sus deseos y esperanzas para ese día se le acercan en tropel como animales salvajes. La primera tarea de cada mañana consiste en hacerlos retroceder; en escuchar esa otra voz, tomar ese otro punto de vista, permitir que esa otra vida, más grande, más fuerte, más tranquila, entre y fluya»
Cuando vayas a encontrarte con Dios no permitas que las ansiedades de la vida te invadan. Entrégale sus cargas a Dios, espera en él, y él hará.
Asimismo, entrégale a él sus pensamientos y sueños al ocaso. Cuando ya el día terminó busca su rostro y déjate conducir serenamente por los brazos de Dios. Descansa, literalmente, en él. Que tus últimas palabras del día sean para él.

No tiene que ser nada armado, ni largo, ni teológico. Sólo dile que lo amas y que descansas en él confiado, como un bebé en brazos de su madre.
Deja que Dios te ame

Todos los que somos padres sabemos qué lindo es estar con los hijos. Jugar con ellos. Desarrollar una relación. Cuando llegamos a casa luego de un largo día, es reconfortante ver con qué amor nos reciben nuestros hijos. Quieren jugar con nosotros. Quieren que los mimemos, que los acariciemos y que les digamos cuánto los queremos. Ellos quieren disfrutar del amor que les damos.
¿Has pensado alguna vez que Dios quiere hacer lo mismo con nosotros? Quizás digas: “¡Él nunca me diría esas cosas!”. ¿No? Ya te las dijo. ¿Por qué no las repetiría?

Dios ya nos dijo:
«Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia» (Jeremías 31.3)
En el NT agrega:

«Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los espíritus, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes del cielo, ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (Romanos 8.38-39)
Un tesoro escondido desde los siglos en Sofonías 3.17 nos dice:

«Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos»
Leámoslo una vez más:

«Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos»
¿Quién personifica a la voz activa aquí? Es decir, ¿quién ejecuta la acción? 

fuente latinweb.com

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